10-7-2010 - Por Mario I. Blejer (foto), ex director del BCRA, y Eduardo Levy Yeyati, profesor visitante en la Escuela de Graduados de Economía de Barcelona.
BARCELONA - Los países en la llamada “periferia” de la eurozona (Grecia, España, Portugal, Irlanda y tal vez algunos otros) necesitan llevar a cabo ajustes complementarios que se suelen discutir por separado pero que, en realidad, deben abordarse de manera conjunta. De hecho, para sanear estas economías, se necesitan tres tipos diferentes de ajustes: entre la eurozona y el mundo, entre la periferia y el centro de la eurozona y entre deuda e ingreso en los países periféricos altamente endeudados, particularmente Grecia.
Las soluciones en cada caso son tan claras como compleja su implementación. Primero, para aliviar la presión en los países periféricos (al menos en parte), la eurozona debe exportar algunos de los ajustes necesarios a través de una depreciación significativa del euro, cosa que ya está sucediendo. Este es el ajuste entre la eurozona y el mundo.
Segundo, para recuperar competitividad, el ajuste entre la periferia y el centro de la eurozona exige achicar el diferencial de inflación que se acumuló durante la bonanza de flujo de capitales previa a 2008. En países como Grecia y España, esto representó aproximadamente el 14% del PBI tras el lanzamiento del euro.
Último pero no menos importante, el ajuste entre deuda e ingreso se puede ver favorecido, con el tiempo, por una mayor inflación general en la eurozona. Pero cada vez resulta más evidente que alinear la carga de la deuda con las capacidades de pago de los países en problemas requiere, al menos en algunos casos (sobre todo en Grecia, nuevamente), un proceso ordenado de reestructuración de la deuda.
Hasta el momento, los estrategas políticos europeos han optado por hacer precisamente lo contrario en cada frente. Han intentado inflar el valor del euro, aunque los mercados monetarios lo han desestimado por considerarlo mera retórica política, y rápidamente están llevando al euro hacia un equilibrio.
De la misma manera, la Unión Europea ha intentado disipar las dudas sobre la inminencia de una reestructuración de la deuda soberana griega y de otros países estableciendo un fondo de estabilidad razonablemente grande (y aportando 250.000 millones de euros de compromisos del FMI todavía inexistentes). Esta acción no estaba tan destinada a proteger a los países periféricos de una corrida de mercado como a “rescatar” a los prestadores privados.
Como era predecible, los prestadores vieron más allá de los anuncios y entendieron la inviabilidad de los recortes fiscales subyacentes. Bloomberg informa que, en una encuesta reciente de inversores globales, el 73% dijo que un impago griego era probable. En estas circunstancias, posponer la reestructuración sólo perpetúa la desconfianza en los bancos europeos con exposiciones soberanas opacas, y en los mercados financieros en general -más o menos de la misma manera que la incertidumbre sobre la exposición a obligaciones de deuda colateralizadas condujeron a una crisis de confianza a fines de 2008.
¿Por qué no usar el tan presagiado fondo de estabilidad como la garantía de un plan Brady europeo que pusiera fin a la saga de la deuda soberana? Podría sonar extremo, pero ciertamente sería más eficiente que una hemorragia lenta de fondos de la UE, que conduciría a una resaca de deuda oficial y multilateral que no haría más que disuadir a los prestadores privados junior.
Un plan de estas características también aclararía, de una vez por todas, la magnitud del contagio de los bancos de la UE, los que en definitiva podrían estar a salvo. Lo único que haría falta son los mismos recursos que el Banco Central Europeo hoy está despilfarrando en comprar deuda a la par de países periféricos en problemas -un esfuerzo que no parece estar impresionando a los mercados-. De hecho, los diferenciales sobre los bonos españoles e italianos hoy están más altos que antes de que se implementara el programa del BCE.
Finalmente, los gobiernos europeos parecen estar compitiendo para llevar adelante el ajuste fiscal más drástico. Esta es una solución contraproducente que sólo puede seducir a los analistas de mercado más miopes -y, curiosamente, a un Fondo Monetario Internacional bipolar que, hace menos de un año, abogaba por estímulos fiscales sincronizados precisamente por las mismas razones que una restricción fiscal sincronizada es una mala política para Europa hoy.
En este contexto, el nuevo paquete de austeridad de Alemania es el último elemento, y el más sorprendente, en una secuencia de respuestas desacertadas. La austeridad fiscal en Alemania no va más que a reducir la demanda de productos de la eurozona, y resultar en una inflación alemana menor. Y una inflación menor en Alemania significa que, para achicar el diferencial de inflación, los países periféricos necesitarán un pico de deflación categórico.
En otras palabras, los recortes fiscales en Alemania implican recortes fiscales más profundos en Grecia y España. Se trata de una elección política desconcertante en un momento en que Alemania debería estar usando su espacio de maniobra fiscal y su influencia económica para crear y mejorar la demanda que la Europa periférica necesita para salir de su miseria. Una política de esas características también generaría cierta inflación bienvenida para facilitar el ajuste de precios relativo dentro de Europa.
El año pasado, la cumbre del G-20 en Londres reconoció que la crisis global exigía un gasto coordinado para alejar a las economías del abismo. Quince meses después, Europa y el FMI, al respaldar una restricción fiscal absoluta, no admiten que la crisis europea exige políticas diferenciadas para alcanzar objetivos múltiples y diferentes. Implementar la imprudencia convencional de hoy sólo promete una recesión más profunda y la postergación del día inevitable del Juicio Final.
Especial Cronista.com - Copyright: Project Syndicate, 2010.
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