8-6-2010 - Los problemas de competitividad de la Argentina son evidentes y más evidentes. Las importaciones están creciendo agresivamente y como diez años atrás, la industria vuelve a tener dificultades para competir en los mercados internos y las plazas internacionales.
Pero el culpable eterno de la escasa competitividad argentina, el tipo de cambio, esta vez mira desde un costado. Es que aunque la aceleración inflacionaria, la estabilidad del dólar y el aumento rápido en las importaciones, generan la percepción de que el tipo de cambio está tan sobrevaluado como en la convertibilidad. Un análisis rápido de las diferentes mediciones de tipo de cambio real, confirma que esto no es así: el desborde de los precios ha ido reduciendo rápidamente la ventaja cambiaria lograda con la devaluación, pero aún no la eliminó.
El tipo de cambio real actual ajustado por la inflación interna y los precios de EE.UU. sigue siendo 23% superior al que había en 2001. Y si se toman medidas más representativas de la competitividad cambiaria, como son los tipos de cambios reales bilaterales con los principales socios comerciales, se obtienen conclusiones similares. Con Brasil, país que explica el 21% de las exportaciones argentinas y el 30,5% de nuestras importaciones, el tipo de cambio real bilateral aún resulta 109% más competitivo que en 2001. Lo mismo sucede con otros grandes socios comerciales como Estados Unidos, China, o la Unión Europea. Con los países de la zona euro se mantiene una competitividad cambiaria 83,5% mayor que en los ’90 y con China 47,1% superior.
Claro que esto nos lleva a la pregunta obvia: ¿por qué si el tipo de cambio es más competitivo que en los ’90, las empresas muestran dificultades similares o mayores a las que tenían en esos años?
Está claro que la Argentina ya no tiene el tipo de cambio super alto que logró mantener entre 2002 y 2006. Hoy el tipo de cambio real es 40,5% menor al promedio de aquellos años, y solo en lo que va de 2010 perdió casi 10% de competitividad. Pero aún así, el tipo de cambio todavía debería darle oxígeno a la industria.
¿Por qué no lo hace? La respuesta está en los costos de producción, que registran aumentos sostenidos y agresivos desde 2002. Concretamente: desde aquel año, los precios promedio de las materias primas, que son insumos básicos para la producción industrial, se duplicaron en dólares y subieron 610% en pesos, el salario obrero se multiplicó por 5 veces, y la presión tributaria, en lugar de ser una herramienta de apoyo a la competitividad, aumentó casi 10 puntos porcentuales oprimiendo al sector productivo.
Esta realidad da lugar al dilema actual: el dólar a $3,9 es insuficiente para la estructura de costos que tiene la industria. O lo mismo es decir, los costos de producción actuales sólo son viables con un tipo de cambio mayor.
Para resolver este dilema, hay dos caminos: el más simple pero de alto riesgo, que es la devaluación; o el más sofisticado pero sostenido que es utilizar la política económica para inducir bajas de costos. Esto no significa reducir el componente más frágil de los costos (el salario), sino atacar el componente tributario y financiero.
Los fundamentals de la argentina hoy no son los adecuados para utilizar el ajuste cambiario como medida pro-competitiva. Con una inflación que está rondando el 25% anual, un retoque en el tipo de cambio llevaría a un problema mayor, que rápidamente terminará socavando la ventaja cambiaria que se pretendió lograr. Según estudios que venimos realizando desde el año pasado en CERX, la asociación devaluación-inflación sigue muy arraigada en la población argentina. Por ejemplo, frente a subas del dólar, 85% de la gente teme disparadas de precios, y el 75% del público considera que si el dólar subiera 20%, los precios subirán 20% o más. Es decir, el pass-through psicológico para la mayor parte de la población, es de 100% y eso incrementa los efectos negativos de una devaluación.
Pero más allá de los análisis sobre la conveniencia o no de devaluar, y a pesar que el gobierno parece tener en claro que no es momento de un retoque cambiario, la realidad se impone, y en la medida que la inflación avanza los problemas de competitividad se agravan, poniendo en riesgo el mercado laboral.
La Argentina hoy no tiene margen para devaluar, porque cualquier movimiento levemente agresivo en el tipo de cambio activaría una cadena de consecuencias. Sin embargo, si no se ponen en marcha políticas para reducir costos, como puede ser un reordenamiento y recorte tributario o políticas para reducir costos financieros, será inevitable activar el camino fácil... el de las devaluaciones competitivas, que alivian un dolor con otro, pero no solucionan los problemas de fondo de la industria argentina, que son sus costos excesivos.
http://www.cronista.com - Por Victoria Giarrizzo Economista y Directora de CERX.
Pero el culpable eterno de la escasa competitividad argentina, el tipo de cambio, esta vez mira desde un costado. Es que aunque la aceleración inflacionaria, la estabilidad del dólar y el aumento rápido en las importaciones, generan la percepción de que el tipo de cambio está tan sobrevaluado como en la convertibilidad. Un análisis rápido de las diferentes mediciones de tipo de cambio real, confirma que esto no es así: el desborde de los precios ha ido reduciendo rápidamente la ventaja cambiaria lograda con la devaluación, pero aún no la eliminó.
El tipo de cambio real actual ajustado por la inflación interna y los precios de EE.UU. sigue siendo 23% superior al que había en 2001. Y si se toman medidas más representativas de la competitividad cambiaria, como son los tipos de cambios reales bilaterales con los principales socios comerciales, se obtienen conclusiones similares. Con Brasil, país que explica el 21% de las exportaciones argentinas y el 30,5% de nuestras importaciones, el tipo de cambio real bilateral aún resulta 109% más competitivo que en 2001. Lo mismo sucede con otros grandes socios comerciales como Estados Unidos, China, o la Unión Europea. Con los países de la zona euro se mantiene una competitividad cambiaria 83,5% mayor que en los ’90 y con China 47,1% superior.
Claro que esto nos lleva a la pregunta obvia: ¿por qué si el tipo de cambio es más competitivo que en los ’90, las empresas muestran dificultades similares o mayores a las que tenían en esos años?
Está claro que la Argentina ya no tiene el tipo de cambio super alto que logró mantener entre 2002 y 2006. Hoy el tipo de cambio real es 40,5% menor al promedio de aquellos años, y solo en lo que va de 2010 perdió casi 10% de competitividad. Pero aún así, el tipo de cambio todavía debería darle oxígeno a la industria.
¿Por qué no lo hace? La respuesta está en los costos de producción, que registran aumentos sostenidos y agresivos desde 2002. Concretamente: desde aquel año, los precios promedio de las materias primas, que son insumos básicos para la producción industrial, se duplicaron en dólares y subieron 610% en pesos, el salario obrero se multiplicó por 5 veces, y la presión tributaria, en lugar de ser una herramienta de apoyo a la competitividad, aumentó casi 10 puntos porcentuales oprimiendo al sector productivo.
Esta realidad da lugar al dilema actual: el dólar a $3,9 es insuficiente para la estructura de costos que tiene la industria. O lo mismo es decir, los costos de producción actuales sólo son viables con un tipo de cambio mayor.
Para resolver este dilema, hay dos caminos: el más simple pero de alto riesgo, que es la devaluación; o el más sofisticado pero sostenido que es utilizar la política económica para inducir bajas de costos. Esto no significa reducir el componente más frágil de los costos (el salario), sino atacar el componente tributario y financiero.
Los fundamentals de la argentina hoy no son los adecuados para utilizar el ajuste cambiario como medida pro-competitiva. Con una inflación que está rondando el 25% anual, un retoque en el tipo de cambio llevaría a un problema mayor, que rápidamente terminará socavando la ventaja cambiaria que se pretendió lograr. Según estudios que venimos realizando desde el año pasado en CERX, la asociación devaluación-inflación sigue muy arraigada en la población argentina. Por ejemplo, frente a subas del dólar, 85% de la gente teme disparadas de precios, y el 75% del público considera que si el dólar subiera 20%, los precios subirán 20% o más. Es decir, el pass-through psicológico para la mayor parte de la población, es de 100% y eso incrementa los efectos negativos de una devaluación.
Pero más allá de los análisis sobre la conveniencia o no de devaluar, y a pesar que el gobierno parece tener en claro que no es momento de un retoque cambiario, la realidad se impone, y en la medida que la inflación avanza los problemas de competitividad se agravan, poniendo en riesgo el mercado laboral.
La Argentina hoy no tiene margen para devaluar, porque cualquier movimiento levemente agresivo en el tipo de cambio activaría una cadena de consecuencias. Sin embargo, si no se ponen en marcha políticas para reducir costos, como puede ser un reordenamiento y recorte tributario o políticas para reducir costos financieros, será inevitable activar el camino fácil... el de las devaluaciones competitivas, que alivian un dolor con otro, pero no solucionan los problemas de fondo de la industria argentina, que son sus costos excesivos.
http://www.cronista.com - Por Victoria Giarrizzo Economista y Directora de CERX.
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