Primero se anunció un paquete de asistencia para Grecia por 45.000 millones de euros por parte de la Unión Europea y el FMI con el objetivo de neutralizar el peligro de un default de ese país y eliminar el riesgo de contagio sobre otros países europeos en dificultades. No alcanzó. La desconfianza siguió in crescendo sobre Grecia y se agrandó el temor de un efecto dominó sobre Portugal, España, Irlanda e Italia.
Luego se anunció un salvataje mucho mayor para Grecia, por 110.000 millones de euros, condicionado a la aplicación de un plan de ajuste draconiano. Tampoco sirvió. Además del masivo rechazo de la población griega, los títulos públicos y acciones continuaron derrumbándose, el euro siguió cayendo hasta un mínimo en quince meses frente al dólar, y se multiplicaron las conjeturas sobre una eventual implosión del sistema monetario europeo.
Finalmente, en la madrugada del lunes y contrarreloj de la apertura de los mercados financieros, se anunció una mega-red de salvataje, ya no sólo para Grecia sino para toda Europa, por la friolera de 750.000 millones de euros (casi un billón de dólares). Dos tercios del plan de estabilización deben ser provistos por Europa, de los cuales 60.000 millones de euros ya están disponibles a través de facilidades crediticias comunitarias, y los restantes 440.000 millones en préstamos o garantías se activarían a solicitud de algún necesitado. Todo condicionado a la aplicación de medidas de ajuste que supervisará el FMI, que por su parte aportará disponibilidades por 250.000 millones. ¿Esta vez alcanzará?
En lo inmediato es muy probable que el paquete frene la debacle de los mercados. Pero más allá de eso, los problemas de fondo que generaron esta nueva crisis siguen intactos.
Antes de profundizar al respecto, cabe observar cómo una vez más los líderes políticos del mundo desarrollado coordinan decisiones con bastante rapidez cuando una emergencia lo requiere. Ya lo habían hecho a fines de 2008 y principios de 2009 luego de la explosión de la burbuja financiera. Esa reacción conjunta y cooperativa puede ser entendida de manera tranquilizadora como un antídoto capaz de controlar los comportamientos histéricos de las finanzas globalizadas.
Pero, sin excluir lo anterior, esa respuesta coordinada y de muy rápida determinación también puede ser explicada por la urgente necesidad de los bancos expuestos a un default. Se calcula que el total de bonos soberanos de Portugal, Irlanda, Italia, Grecia y España (los denostados con la sigla de resonancia porcina PIIGS por las iniciales en inglés) en poder de bancos europeos asciende a 700.000 millones de dólares. No casualmente las acciones que más bajaron la semana pasada y más se recuperaron luego del anuncio de la mega-red de salvataje fueron las del sector bancario.
Por supuesto que otro sería el cantar si el epicentro de la crisis estuviera en la periferia mundial y no pusiese en jaque al euro. Aunque suene patético, no le falta algo de razón al ex presidente Fernando de la Rúa cuando se queja de que mientras a Grecia la intentan salvar, a la Argentina del 2001 la “tiraron a una zanja”.
En cuanto a las causas de fondo de la crisis, el salvataje no resuelve ninguna de las cuatro: la falta de crecimiento, la baja competitividad, el déficit fiscal y el elevado endeudamiento. No está de más recordar que son los mismos problemas que dinamitaron el Plan de Convertibilidad argentino.
A lo sumo, puede suceder que el fondo de asistencia sirva para que los países europeos puedan cumplir con sus deudas, que en el caso de Grecia e Italia superan sus respectivos PBI, y que en el caso de España, aunque la proporción no es tan alta en relación al tamaño de su economía, su deuda en valores absoluto asusta: 700.000 millones de dólares. Dejando a un lado a Grecia que ya cuenta con su propio plan de rescate, y a Italia que es el menos asfixiado de los cinco, el monto del salvataje sobra para cubrir las necesidades financieras que Portugal, España e Irlanda tienen hasta fines de 2012.
Pero analizado en perspectiva, no hay que perder de vista que, en alguna medida importante, el alto endeudamiento de esos países es consecuencia de sus desequilibrios fiscales y externos. Irlanda, Grecia y España tienen déficit presupuestarios gigantescos que equivalen a más del 10 por ciento del PBI, y los cinco países en cuestión registran fuertes saldos negativos de su comercio internacional. En ese sentido, están atacando el problema de liquidez pero no de solvencia: la deuda se paga con otra deuda mientras los factores que la generan permanecen.
Para peor, la asistencia estará condicionada a la aplicación de la tradicional receta ortodoxa de ajuste fiscal, que a juzgar por la experiencia argentina de finales de la Convertibilidad podría neutralizarse a sí misma por el efecto recesivo. Grecia ya fue obligada a congelar salarios, recortar beneficios sociales y subir el impuesto al consumo. España y Portugal se habían anticipado a anunciar recortes por su cuenta, y no obstante recibieron fuertes presiones en la cumbre del fin de semana pasado para que comprometieran y concretaran ajustes mayores. España cedió rápidamente con tijeretazo en el gasto social, congelamiento de salarios y jubilaciones y disminución de la inversión pública, con un ahorro total previsto de 15.000 millones de euros.
Y como si eso fuera poco, ninguno de esos países tiene la posibilidad de recurrir a la devaluación para mejorar los niveles de competitividad y atenuar sus gigantescos déficit de comercio exterior, por la sencilla razón de que carecen de moneda propia. Lo que sí ha sucedido, y puede llegar a agudizarse, es la depreciación del euro, que tras haber alcanzado un máximo de 1,60 dólares a mediados de 2008, ahora cotiza a menos de 1,30.
Ese sí que es un tema delicado para la Argentina, ya que tiene su moneda atada al dólar y por lo tanto también se aprecia frente al euro. La lucecita de alarma se enciende un poco más si se tiene en cuenta que el real también ha perdido valor frente al dólar, y por ende frente al peso. Esto quiere decir que la competitividad cambiaria argentina ha caído frente a Brasil y a la Unión Europea, que en conjunto representan el 40 por ciento del intercambio comercial del país. A lo que habría que agregar el propio retraso en relación a un dólar que domésticamente viene subiendo menos que la inflación.
No es un asunto para despreciar, si bien parece un juego de niños en comparación con la pesadilla europea.
http://www.elargentino.com
Luego se anunció un salvataje mucho mayor para Grecia, por 110.000 millones de euros, condicionado a la aplicación de un plan de ajuste draconiano. Tampoco sirvió. Además del masivo rechazo de la población griega, los títulos públicos y acciones continuaron derrumbándose, el euro siguió cayendo hasta un mínimo en quince meses frente al dólar, y se multiplicaron las conjeturas sobre una eventual implosión del sistema monetario europeo.
Finalmente, en la madrugada del lunes y contrarreloj de la apertura de los mercados financieros, se anunció una mega-red de salvataje, ya no sólo para Grecia sino para toda Europa, por la friolera de 750.000 millones de euros (casi un billón de dólares). Dos tercios del plan de estabilización deben ser provistos por Europa, de los cuales 60.000 millones de euros ya están disponibles a través de facilidades crediticias comunitarias, y los restantes 440.000 millones en préstamos o garantías se activarían a solicitud de algún necesitado. Todo condicionado a la aplicación de medidas de ajuste que supervisará el FMI, que por su parte aportará disponibilidades por 250.000 millones. ¿Esta vez alcanzará?
En lo inmediato es muy probable que el paquete frene la debacle de los mercados. Pero más allá de eso, los problemas de fondo que generaron esta nueva crisis siguen intactos.
Antes de profundizar al respecto, cabe observar cómo una vez más los líderes políticos del mundo desarrollado coordinan decisiones con bastante rapidez cuando una emergencia lo requiere. Ya lo habían hecho a fines de 2008 y principios de 2009 luego de la explosión de la burbuja financiera. Esa reacción conjunta y cooperativa puede ser entendida de manera tranquilizadora como un antídoto capaz de controlar los comportamientos histéricos de las finanzas globalizadas.
Pero, sin excluir lo anterior, esa respuesta coordinada y de muy rápida determinación también puede ser explicada por la urgente necesidad de los bancos expuestos a un default. Se calcula que el total de bonos soberanos de Portugal, Irlanda, Italia, Grecia y España (los denostados con la sigla de resonancia porcina PIIGS por las iniciales en inglés) en poder de bancos europeos asciende a 700.000 millones de dólares. No casualmente las acciones que más bajaron la semana pasada y más se recuperaron luego del anuncio de la mega-red de salvataje fueron las del sector bancario.
Por supuesto que otro sería el cantar si el epicentro de la crisis estuviera en la periferia mundial y no pusiese en jaque al euro. Aunque suene patético, no le falta algo de razón al ex presidente Fernando de la Rúa cuando se queja de que mientras a Grecia la intentan salvar, a la Argentina del 2001 la “tiraron a una zanja”.
En cuanto a las causas de fondo de la crisis, el salvataje no resuelve ninguna de las cuatro: la falta de crecimiento, la baja competitividad, el déficit fiscal y el elevado endeudamiento. No está de más recordar que son los mismos problemas que dinamitaron el Plan de Convertibilidad argentino.
A lo sumo, puede suceder que el fondo de asistencia sirva para que los países europeos puedan cumplir con sus deudas, que en el caso de Grecia e Italia superan sus respectivos PBI, y que en el caso de España, aunque la proporción no es tan alta en relación al tamaño de su economía, su deuda en valores absoluto asusta: 700.000 millones de dólares. Dejando a un lado a Grecia que ya cuenta con su propio plan de rescate, y a Italia que es el menos asfixiado de los cinco, el monto del salvataje sobra para cubrir las necesidades financieras que Portugal, España e Irlanda tienen hasta fines de 2012.
Pero analizado en perspectiva, no hay que perder de vista que, en alguna medida importante, el alto endeudamiento de esos países es consecuencia de sus desequilibrios fiscales y externos. Irlanda, Grecia y España tienen déficit presupuestarios gigantescos que equivalen a más del 10 por ciento del PBI, y los cinco países en cuestión registran fuertes saldos negativos de su comercio internacional. En ese sentido, están atacando el problema de liquidez pero no de solvencia: la deuda se paga con otra deuda mientras los factores que la generan permanecen.
Para peor, la asistencia estará condicionada a la aplicación de la tradicional receta ortodoxa de ajuste fiscal, que a juzgar por la experiencia argentina de finales de la Convertibilidad podría neutralizarse a sí misma por el efecto recesivo. Grecia ya fue obligada a congelar salarios, recortar beneficios sociales y subir el impuesto al consumo. España y Portugal se habían anticipado a anunciar recortes por su cuenta, y no obstante recibieron fuertes presiones en la cumbre del fin de semana pasado para que comprometieran y concretaran ajustes mayores. España cedió rápidamente con tijeretazo en el gasto social, congelamiento de salarios y jubilaciones y disminución de la inversión pública, con un ahorro total previsto de 15.000 millones de euros.
Y como si eso fuera poco, ninguno de esos países tiene la posibilidad de recurrir a la devaluación para mejorar los niveles de competitividad y atenuar sus gigantescos déficit de comercio exterior, por la sencilla razón de que carecen de moneda propia. Lo que sí ha sucedido, y puede llegar a agudizarse, es la depreciación del euro, que tras haber alcanzado un máximo de 1,60 dólares a mediados de 2008, ahora cotiza a menos de 1,30.
Ese sí que es un tema delicado para la Argentina, ya que tiene su moneda atada al dólar y por lo tanto también se aprecia frente al euro. La lucecita de alarma se enciende un poco más si se tiene en cuenta que el real también ha perdido valor frente al dólar, y por ende frente al peso. Esto quiere decir que la competitividad cambiaria argentina ha caído frente a Brasil y a la Unión Europea, que en conjunto representan el 40 por ciento del intercambio comercial del país. A lo que habría que agregar el propio retraso en relación a un dólar que domésticamente viene subiendo menos que la inflación.
No es un asunto para despreciar, si bien parece un juego de niños en comparación con la pesadilla europea.
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