Economistas coinciden ante WE en que una política antiinflacionaria es clave para sortear la crisis del modelo. Y explican por qué, mientras no se ataque la inflación, el margen para ajustar el tipo de cambio será reducido.
Pasan los años, los ciclos económicos y los gobiernos de diferentes colores con sus “innovadores” (o no tanto) modelos para hacer de la Argentina una potencia mundial. En realidad, así se va escribiendo, con aciertos y errores, la historia de un país. Pero hay una discusión, la que gira en torno a la cotización del “verde” billete, que siempre está vigente.
Un debate que hoy, dentro de la Argentina de los Kirchner, vuelve a ser clave. En rigor, la punta del ovillo debería buscarse en la aceleración de la inflación, más que en el nivel “correcto” del tipo de cambio nominal. O para ser más exactos, habría que decir que la inacción respecto del primero de los temas llevó a que el segundo pase a ocupar enseguida un primer plano.
En las últimas semanas, el lobby en pos de una mayor devaluación a fin de compensar la pérdida de competitividad producto de la suba de precios se escuchó tanto en el sector industrial como en el del campo. Y allí comenzaron las discrepancias. Es que en este juego, los participantes (o los sectores económicos involucrados) son más que dos y no todos ganan -en el escenario actual- con el “triunfo” de los otros.
Por ejemplo, ¿quiénes se favorecen con una devaluación? Lógicamente, los productores de bienes exportables (industrias como la siderúrgica, la textil, entre otras), los sectores que sustituyen importaciones, los pocos servicios que podrían considerarse transables, y el campo. Algunos también incluyen en esta lista a los desarrolladores inmobiliarios.
En tanto, entre los perdedores de un dólar más alto, se encuentran los productores de bienes no transables y servicios (entre ellos, la intermediación financiera), asalariados y jubilados. Según Marina Dal Poggeto, economista del estudio Bein & Asociados, esta división es de manual. “Un tipo de cambio alto es la contrapartida de salarios bajos y, en principio, perjudica a los asalariados y sectores de servicios que inicialmente no pueden trasladar a precios”, aclara.
El Gobierno, claro está, aparece como un player fundamental en este juego. Maria Castiglioni, de C y T Asesores Económicos, sostiene que, técnicamente, “en el plano fiscal, el Gobierno tiene un beneficio neto al devaluar. Éste viene del lado de los ingresos del comercio exterior que representan más del 13% de la recaudación”.
Rodrigo Alvarez, de Ecolatina, coincide: “Un tipo de cambio elevado permite licuar gasto. Genera oxígeno fiscal. Pero un tipo de cambio atrasado es atractivo políticamente porque aumenta el poder adquisitivo del mercado interno”. Alvarez agrega que “los sectores ganadores con el dólar bajo, o bien atraso cambiario, son básicamente los que dependen del mercado interno. Cuando el péndulo se inclina hacia el atraso cambiario, la economía se vuelve más ‘noventista’ y, por el contrario, cuando el margen de competitividad es significativo, el sesgo es productivo”.
Es en este contexto que ingresa otra variable en escena: la inflación. “En el escenario inflacionario actual, el Gobierno parece pretender que el precio del dólar actúe como ancla nominal. Permitir hoy que el dólar se deslice habilitaría más inflación, lo que traería una nueva ronda de apreciación del tipo de cambio real”, explica David Mermelstein, economista Jefe de EconViews.
De hecho, no sería la primera vez que un escenario de este tipo derive en una secuencia de devaluación-inflación más que indeseable para la economía y la estabilidad financiera. “El Gobierno ha dado señales de que no está dispuesto a resignar dicha estabilidad. Así, la salida genuina para evitar las pérdidas de competitividad es, en primer término, instaurar un plan anti-inflacionario creíble y que al mismo tiempo se logre el clima propicio para que las empresas inviertan”, asegura Mermelstein.
Todos los economistas coinciden en que hasta que no se ataque el problema de fondo, o sea, la inflación, el margen para ajustar significativamente el tipo de cambio será reducido. Para Osvaldo Cado, de la consultora Prefinex, el punto central es que tenemos un proceso inflacionario que ya no se explica únicamente por la política cambiaria y fiscal expansiva, sino también por las expectativas. “Ya no alcanza con una política fiscal y monetaria para detener el proceso. Sin ir más lejos, una contracción fiscal o una apreciación real del tipo de cambio buscando estabilizar la inflación podría ser contraproducente”, afirma.
Incluso, la opción de una devaluación podría reflotar hoy un problema estructural que el país ha venido sufriendo por años: la salida de capitales. Ezequiel Ascencio, de GPS Investment, hace hincapié en este aspecto: “Una pequeña devaluación puede ‘fogonear’ más la inflación y también la salida de la gente de los pesos a dólares, y alimentar de esta forma la huida de capitales”.
Aldo Abram, director del Centro de Investigación de Instituciones y Mercados de Argentina (CIIMA), también opina que el problema no es el tipo de cambio -al que cree correcto para este momento- sino la inflación. Y su argumento se contrapone con el del Gobierno, ya que considera que su origen es monetario y surge del exceso (sobre lo que se demanda) de emisión de pesos por parte del Banco Central.
El cambio de equilibrio
Cuál es el tipo de cambio real (TCR) de “equilibrio” para la Argentina es otra de las claves.
Ramiro Castiñeira, de Econométrica, apunta a que el ideal “debe ser competitivo y estable, que busque el equilibrio entre los sectores”. Y esto, afirma, debería ser una prioridad en cualquier política macroeconómica.
Diego Giacomini, economista de E&R y profesor de la UBA, argumenta que como resultado del proceso inflacionario creciente de los últimos años, el modelo de tipo de cambio real elevado se desvirtuó y hoy en día agoniza. Según los cálculos de E&R, el tipo de cambio real se ubica actualmente tan sólo 39% por encima del de fines de la convertibilidad y, si se considera una inflación anual del 29% con un cambio nominal fijo en 3,89 hacia fin de año, éste sería apenas un 18% más elevado que en 2001. Incluso, si se elevara el dólar a $ 4,20, sólo lograría que el TCR fuese 27% superior.
“Desde el punto de vista de la supervivencia del modelo post convertibilidad sería necesario reconstruir el tipo de cambio real competitivo. Sin embargo, creemos que hay muy poco margen de acción para ‘reconstruirlo’ por medio de una depreciación nominal”, sostiene Giacomini.
Las cuentas, de hecho, implicarían que para volver a una competitividad del cambio real de niveles de diciembre 2006 ó 2007, el dólar debería subir de $ 3,89 a $ 4,63 o $ 5,15 respectivamente. El economista es claro: “la depreciación del tipo de cambio nominal es pan para hoy y hambre para mañana”. Y explica que la ganancia que se lograría en competitividad por esta vía se licuaría muy rápidamente debido a la elevada inflación.
Por ende, considera que hacer política anti-inflacionaria sería la mejor opción para evitar que el tipo de cambio real se aprecie más y preservar lo que queda en pie del modelo productivo.
Otro aspecto importante es cómo afecta el tipo de cambio a los distintos sectores de la economía. Para Fausto Spotorno, economista jefe del estudio Ferreres & Asociados, si comparamos el tipo de cambio contra otros países con los que comercializamos nuestros productos como Brasil, China o incluso la Eurozona, se está cerca del equilibrio. Spotorno asegura que “hoy están dadas todas las condiciones para que la Argentina tenga un tipo de cambio bajo. El dólar se devalúa a nivel mundial, los términos internacionales son favorables, al igual que las tasas de interés internacionales y el gasto público crece. Por ende, devaluar llevará a más inflación”.
Básicamente, los sectores económicos que tienen una mejor posición relativa son aquellos para los cuales el real y el euro son más relevantes que el dólar. Por ejemplo, industrias que exportan a Brasil o Europa no han perdido tanta competitividad como el campo. En ese último sector, el dólar es la moneda relevante.
“En febrero de 2010, el índice Competitividad Precio Efectivo del sector agropecuario se encontraba tan sólo 4,2% por encima del nivel de éste a la salida de la convertibilidad”, destaca Giacomini.
Cado, por su parte, se expresa en el mismo sentido. Sostiene que el problema es la inflación y eso no se explica por el tipo de cambio nominal. Lo que hoy preocupa no es la foto sino la dinámica.
Para Dal Poggetto, en la Argentina el modelo de tipo de cambio alto se logró sostener en el tiempo gracias a un escenario externo particular y confía en que hoy existe un colchón también suficiente si se lo mira por el lado del comercio bilateral.
Lo cierto es que los principales estudios económicos del país hoy coinciden en afirmar que no es sostenible una inflación a tasas mayores del 20% y un peso que se deprecie al 10%. “Hoy no es un problema el tipo de cambio nominal, pero lo será para adelante. No puede ser que ésa sea tu única herramienta de competitividad. En este contexto, hay un último punto que no hay que olvidar y que es la estructura de capital que existe. Si no hay crédito y sólo capital propio, es lógico que empresas pidan mayor rentabilidad con un tipo de cambio nominal más alto para invertir”, señala Dal Poggetto.
De todos modos, la intención política parece ser que no se “atrasen” ni el gasto público ni los salarios y que sí se “atrasen” el tipo de cambio y las tarifas. Al menos, así lo plantea un informe de M&S Consultores. Según este análisis, el tipo de cambio real contra el dólar está en el “1,40 de Remes (Lenicov)”, mientras que por mucho tiempo estuvo alrededor del doble y para fin de año podría caer a niveles de $ 1,26. Igualmente, no descarta una salida: la apreciación contra el dólar del resto de las monedas. z we
El mercado y la devaluación
La composición de los ingresos y pasivos de las compañías cotizantes es clave para analizar qué tan positiva o perjudicial puede resultar una devaluación. Federico Desprats, analista de Intervalores, es claro en este sentido: “El cambio en el valor del dólar genera efectos sobre los estados patrimoniales sectoriales, así como también sobre los flujos de ingresos y egresos futuros. Para ver el impacto, en consecuencia, se debe evaluar la moneda en la cual ahorran (endeudan) los distintos agentes de la economía, así como también la unidad monetaria de los flujos”.
Para Leonardo Chialva, Director de Delphos, las empresas de telecomunicaciones, supermercados y bancos podrían verse favorecidas por una apreciación del tipo de cambio. “Venden en pesos y sus pasivos, muchas veces, son en dólares”, explica. También en esta lista entran las utilities.
En contraposición, con un dólar más alto, los mayores beneficios pasarían por las acciones relacionadas al agro y algunas industrias como la metalúrgica. Chialva cree que evitarían sean golpeadas por el lado de la pérdida de competitividad para exportar y la mayor competencia de importados.
Ampliando el análisis, Desprats sostiene que las expectativas de un dólar alto también juegan en contra del flujo de capitales hacia el país, con un impacto claro en el mercado de capitales (el rendimiento medido en dólares se vuelve más exigente).
http://www.cronista.com
Pasan los años, los ciclos económicos y los gobiernos de diferentes colores con sus “innovadores” (o no tanto) modelos para hacer de la Argentina una potencia mundial. En realidad, así se va escribiendo, con aciertos y errores, la historia de un país. Pero hay una discusión, la que gira en torno a la cotización del “verde” billete, que siempre está vigente.
Un debate que hoy, dentro de la Argentina de los Kirchner, vuelve a ser clave. En rigor, la punta del ovillo debería buscarse en la aceleración de la inflación, más que en el nivel “correcto” del tipo de cambio nominal. O para ser más exactos, habría que decir que la inacción respecto del primero de los temas llevó a que el segundo pase a ocupar enseguida un primer plano.
En las últimas semanas, el lobby en pos de una mayor devaluación a fin de compensar la pérdida de competitividad producto de la suba de precios se escuchó tanto en el sector industrial como en el del campo. Y allí comenzaron las discrepancias. Es que en este juego, los participantes (o los sectores económicos involucrados) son más que dos y no todos ganan -en el escenario actual- con el “triunfo” de los otros.
Por ejemplo, ¿quiénes se favorecen con una devaluación? Lógicamente, los productores de bienes exportables (industrias como la siderúrgica, la textil, entre otras), los sectores que sustituyen importaciones, los pocos servicios que podrían considerarse transables, y el campo. Algunos también incluyen en esta lista a los desarrolladores inmobiliarios.
En tanto, entre los perdedores de un dólar más alto, se encuentran los productores de bienes no transables y servicios (entre ellos, la intermediación financiera), asalariados y jubilados. Según Marina Dal Poggeto, economista del estudio Bein & Asociados, esta división es de manual. “Un tipo de cambio alto es la contrapartida de salarios bajos y, en principio, perjudica a los asalariados y sectores de servicios que inicialmente no pueden trasladar a precios”, aclara.
El Gobierno, claro está, aparece como un player fundamental en este juego. Maria Castiglioni, de C y T Asesores Económicos, sostiene que, técnicamente, “en el plano fiscal, el Gobierno tiene un beneficio neto al devaluar. Éste viene del lado de los ingresos del comercio exterior que representan más del 13% de la recaudación”.
Rodrigo Alvarez, de Ecolatina, coincide: “Un tipo de cambio elevado permite licuar gasto. Genera oxígeno fiscal. Pero un tipo de cambio atrasado es atractivo políticamente porque aumenta el poder adquisitivo del mercado interno”. Alvarez agrega que “los sectores ganadores con el dólar bajo, o bien atraso cambiario, son básicamente los que dependen del mercado interno. Cuando el péndulo se inclina hacia el atraso cambiario, la economía se vuelve más ‘noventista’ y, por el contrario, cuando el margen de competitividad es significativo, el sesgo es productivo”.
Es en este contexto que ingresa otra variable en escena: la inflación. “En el escenario inflacionario actual, el Gobierno parece pretender que el precio del dólar actúe como ancla nominal. Permitir hoy que el dólar se deslice habilitaría más inflación, lo que traería una nueva ronda de apreciación del tipo de cambio real”, explica David Mermelstein, economista Jefe de EconViews.
De hecho, no sería la primera vez que un escenario de este tipo derive en una secuencia de devaluación-inflación más que indeseable para la economía y la estabilidad financiera. “El Gobierno ha dado señales de que no está dispuesto a resignar dicha estabilidad. Así, la salida genuina para evitar las pérdidas de competitividad es, en primer término, instaurar un plan anti-inflacionario creíble y que al mismo tiempo se logre el clima propicio para que las empresas inviertan”, asegura Mermelstein.
Todos los economistas coinciden en que hasta que no se ataque el problema de fondo, o sea, la inflación, el margen para ajustar significativamente el tipo de cambio será reducido. Para Osvaldo Cado, de la consultora Prefinex, el punto central es que tenemos un proceso inflacionario que ya no se explica únicamente por la política cambiaria y fiscal expansiva, sino también por las expectativas. “Ya no alcanza con una política fiscal y monetaria para detener el proceso. Sin ir más lejos, una contracción fiscal o una apreciación real del tipo de cambio buscando estabilizar la inflación podría ser contraproducente”, afirma.
Incluso, la opción de una devaluación podría reflotar hoy un problema estructural que el país ha venido sufriendo por años: la salida de capitales. Ezequiel Ascencio, de GPS Investment, hace hincapié en este aspecto: “Una pequeña devaluación puede ‘fogonear’ más la inflación y también la salida de la gente de los pesos a dólares, y alimentar de esta forma la huida de capitales”.
Aldo Abram, director del Centro de Investigación de Instituciones y Mercados de Argentina (CIIMA), también opina que el problema no es el tipo de cambio -al que cree correcto para este momento- sino la inflación. Y su argumento se contrapone con el del Gobierno, ya que considera que su origen es monetario y surge del exceso (sobre lo que se demanda) de emisión de pesos por parte del Banco Central.
El cambio de equilibrio
Cuál es el tipo de cambio real (TCR) de “equilibrio” para la Argentina es otra de las claves.
Ramiro Castiñeira, de Econométrica, apunta a que el ideal “debe ser competitivo y estable, que busque el equilibrio entre los sectores”. Y esto, afirma, debería ser una prioridad en cualquier política macroeconómica.
Diego Giacomini, economista de E&R y profesor de la UBA, argumenta que como resultado del proceso inflacionario creciente de los últimos años, el modelo de tipo de cambio real elevado se desvirtuó y hoy en día agoniza. Según los cálculos de E&R, el tipo de cambio real se ubica actualmente tan sólo 39% por encima del de fines de la convertibilidad y, si se considera una inflación anual del 29% con un cambio nominal fijo en 3,89 hacia fin de año, éste sería apenas un 18% más elevado que en 2001. Incluso, si se elevara el dólar a $ 4,20, sólo lograría que el TCR fuese 27% superior.
“Desde el punto de vista de la supervivencia del modelo post convertibilidad sería necesario reconstruir el tipo de cambio real competitivo. Sin embargo, creemos que hay muy poco margen de acción para ‘reconstruirlo’ por medio de una depreciación nominal”, sostiene Giacomini.
Las cuentas, de hecho, implicarían que para volver a una competitividad del cambio real de niveles de diciembre 2006 ó 2007, el dólar debería subir de $ 3,89 a $ 4,63 o $ 5,15 respectivamente. El economista es claro: “la depreciación del tipo de cambio nominal es pan para hoy y hambre para mañana”. Y explica que la ganancia que se lograría en competitividad por esta vía se licuaría muy rápidamente debido a la elevada inflación.
Por ende, considera que hacer política anti-inflacionaria sería la mejor opción para evitar que el tipo de cambio real se aprecie más y preservar lo que queda en pie del modelo productivo.
Otro aspecto importante es cómo afecta el tipo de cambio a los distintos sectores de la economía. Para Fausto Spotorno, economista jefe del estudio Ferreres & Asociados, si comparamos el tipo de cambio contra otros países con los que comercializamos nuestros productos como Brasil, China o incluso la Eurozona, se está cerca del equilibrio. Spotorno asegura que “hoy están dadas todas las condiciones para que la Argentina tenga un tipo de cambio bajo. El dólar se devalúa a nivel mundial, los términos internacionales son favorables, al igual que las tasas de interés internacionales y el gasto público crece. Por ende, devaluar llevará a más inflación”.
Básicamente, los sectores económicos que tienen una mejor posición relativa son aquellos para los cuales el real y el euro son más relevantes que el dólar. Por ejemplo, industrias que exportan a Brasil o Europa no han perdido tanta competitividad como el campo. En ese último sector, el dólar es la moneda relevante.
“En febrero de 2010, el índice Competitividad Precio Efectivo del sector agropecuario se encontraba tan sólo 4,2% por encima del nivel de éste a la salida de la convertibilidad”, destaca Giacomini.
Cado, por su parte, se expresa en el mismo sentido. Sostiene que el problema es la inflación y eso no se explica por el tipo de cambio nominal. Lo que hoy preocupa no es la foto sino la dinámica.
Para Dal Poggetto, en la Argentina el modelo de tipo de cambio alto se logró sostener en el tiempo gracias a un escenario externo particular y confía en que hoy existe un colchón también suficiente si se lo mira por el lado del comercio bilateral.
Lo cierto es que los principales estudios económicos del país hoy coinciden en afirmar que no es sostenible una inflación a tasas mayores del 20% y un peso que se deprecie al 10%. “Hoy no es un problema el tipo de cambio nominal, pero lo será para adelante. No puede ser que ésa sea tu única herramienta de competitividad. En este contexto, hay un último punto que no hay que olvidar y que es la estructura de capital que existe. Si no hay crédito y sólo capital propio, es lógico que empresas pidan mayor rentabilidad con un tipo de cambio nominal más alto para invertir”, señala Dal Poggetto.
De todos modos, la intención política parece ser que no se “atrasen” ni el gasto público ni los salarios y que sí se “atrasen” el tipo de cambio y las tarifas. Al menos, así lo plantea un informe de M&S Consultores. Según este análisis, el tipo de cambio real contra el dólar está en el “1,40 de Remes (Lenicov)”, mientras que por mucho tiempo estuvo alrededor del doble y para fin de año podría caer a niveles de $ 1,26. Igualmente, no descarta una salida: la apreciación contra el dólar del resto de las monedas. z we
El mercado y la devaluación
La composición de los ingresos y pasivos de las compañías cotizantes es clave para analizar qué tan positiva o perjudicial puede resultar una devaluación. Federico Desprats, analista de Intervalores, es claro en este sentido: “El cambio en el valor del dólar genera efectos sobre los estados patrimoniales sectoriales, así como también sobre los flujos de ingresos y egresos futuros. Para ver el impacto, en consecuencia, se debe evaluar la moneda en la cual ahorran (endeudan) los distintos agentes de la economía, así como también la unidad monetaria de los flujos”.
Para Leonardo Chialva, Director de Delphos, las empresas de telecomunicaciones, supermercados y bancos podrían verse favorecidas por una apreciación del tipo de cambio. “Venden en pesos y sus pasivos, muchas veces, son en dólares”, explica. También en esta lista entran las utilities.
En contraposición, con un dólar más alto, los mayores beneficios pasarían por las acciones relacionadas al agro y algunas industrias como la metalúrgica. Chialva cree que evitarían sean golpeadas por el lado de la pérdida de competitividad para exportar y la mayor competencia de importados.
Ampliando el análisis, Desprats sostiene que las expectativas de un dólar alto también juegan en contra del flujo de capitales hacia el país, con un impacto claro en el mercado de capitales (el rendimiento medido en dólares se vuelve más exigente).
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