22-5-2010 - A pesar de que ya transcurrieron varias semanas desde que la crisis europea hizo eclosión en Grecia, en el ámbito local no se registró el más mínimo síntoma de presión sobre el dólar. Por el contrario, el mercado cambiario continuó con un exceso de oferta, que el Banco Central aprovechó para seguir acumulando reservas. En el último mes las reservas subieron casi 1.000 millones de dólares, y el aumento no fue aún mayor porque una parte de lo comprado se usó para cubrir vencimientos de deuda externa.
La tranquilidad que hasta el momento se observa en el mercado cambiario tiene como una de sus causas principales que la economía se encuentra blindada con un nivel de reservas extraordinario que se aproxima a los 49.000 millones de dólares, y que constituye un enorme poder de fuego que disuade cualquier ataque especulativo. El caso se enmarca en lo que el Premio Nobel Joseph Stiglitz describe en Caída libre, un fascinante libro que acaba de publicar: “Los países en vías de desarrollo acumulan cientos de miles de millones de dólares en reservas para protegerse del elevado nivel de volatilidad global que ha caracterizado la era de la desregulación, y de la incomodidad que sienten al pedir ayuda al FMI”.
Además de servir como escudo de protección, la acumulación de reservas cumple para Stiglitz otra función importante: “El crecimiento basado en las exportaciones había sido aclamado como la mejor forma para que crecieran los países en vías de desarrollo; después de que las nuevas reglas comerciales de la Organización Mundial de Comercio eliminaran muchos de los instrumentos tradicionales que empleaban los países en vías de desarrollo para ayudar a crear nuevas industrias, muchos de ellos recurrieron a la política de mantener el tipo de cambio a un nivel competitivo; y eso significa comprar dólares, vender sus propias divisas y acumular reservas”.
En la Argentina, ese mecanismo de retroalimentación comenzó con la fuerte devaluación de 2002. El dólar alto estimuló las exportaciones y el superávit comercial; el excedente de divisas alimentó la acumulación de reservas; y la compra de dólares por parte del Banco Central evitó que el peso se apreciara y mantuvo un tipo de cambio competitivo.
Pero ese mecanismo que hasta ahora ha funcionado bien enfrenta dos amenazas. La primera se deriva directamente de la crisis europea, que ha provocado una fortísima devaluación del euro frente al dólar y, aunque no tan pronunciada, también del real. Teniendo en cuenta que el dólar ha aumentado localmente apenas tres o cuatro centavos, el euro y el real también se han depreciado en relación al peso, lo que implica una pérdida de competitividad respecto de Brasil y de la Eurozona, que representan alrededor del 40 por ciento del intercambio comercial argentino. En otras palabras, los productos argentinos valuados en dólares se encarecieron respecto de los brasileños y europeos, lo que implica un incentivo a la importación y mayor dificultad para exportar.
La otra amenaza es la inflación doméstica, que viene a un ritmo bastante superior a la devaluación del peso respecto del dólar, y por lo tanto ha erosionado la competitividad. En este punto, el horizonte que se vislumbra es de mayor atraso, dado que la política preponderante es utilizar el tipo de cambio como ancla para contener los precios.
¿Cuán acuciante es la amenaza?
La manera de medir la competitividad cambiaria de un país es a través del tipo de cambio real multilateral (Tcrm), un indicador que toma en cuenta la paridad del peso contra la canasta de monedas de los principales países con los que hay intercambio comercial, y también la evolución de sus respectivos precios internos.
De acuerdo con la última medición del Banco Central, el Tcrm de marzo pasado se ubicaba un 142 por ciento por arriba que el promedio de la Convertibilidad, de lo que se desprende que aun después del derrumbe del euro y de la caída del real, queda un margen anchísimo. Pero ocurre que ese cálculo toma en cuenta la inflación del Indec, que como se sabe abarata los precios locales. Obviamente, las mediciones alternativas que computan alzas de precios más elevados ubican el Tcrm en niveles inferiores. Según BsAsCity, el instituto en donde se cobijó la ex Indec Graciela Bevacqua, el Tcrm de marzo se situaba un 65 por ciento por encima de los años ’90, y si a eso se le agrega la devaluación del euro y del real de abril y mayo, la ventaja cambiaria respecto de la Convertibilidad seguramente perfora el 50 por ciento.
Todavía sigue habiendo margen, como lo prueba el hecho de que la balanza comercial continúa arrojando fuertes superávit, y como queda en evidencia a través de la sobreoferta de dólares en el mercado. Sin embargo, cabe notar que el saldo a favor del primer trimestre de este año (2.100 millones de dólares) fue un 42 por ciento inferior al de igual período de 2009 (3.600 millones), como consecuencia de que las importaciones (32 por ciento) subieron mucho más que las exportaciones (10 por ciento). Esto último aparece como la única motivación del torpe intento del inefable Guillermo Moreno para trabar la importación de alimentos, una medida que ningún fabricante local había reclamado.
Por supuesto que la competitividad de una economía no sólo está determinada por el tipo de cambio. Tanto o más importa su productividad y el tipo de ventajas comparativas que el país sepa construir. En Caída libre, Stiglitz señala: “Una ventaja comparativa de un país puede cambiar; lo que importa es tener una ventaja comparativa dinámica. Los países asiáticos lo han comprendido. Hace cuarenta años, la ventaja comparativa de Corea no era producir chips o coches, sino arroz. Su gobierno decidió invertir en educación y en tecnología para transformar su ventaja comparativa y aumentar el nivel de vida de la población. Y lo consiguió; y al hacerlo, transformó su sociedad y su economía. La experiencia de Corea y de otros países que han tenido éxito debería ser una lección y un acicate para Estados Unidos”. Ni que hablar para la Argentina.
http://www.elargentino.com - Marcelo Zlotogwiazda
La tranquilidad que hasta el momento se observa en el mercado cambiario tiene como una de sus causas principales que la economía se encuentra blindada con un nivel de reservas extraordinario que se aproxima a los 49.000 millones de dólares, y que constituye un enorme poder de fuego que disuade cualquier ataque especulativo. El caso se enmarca en lo que el Premio Nobel Joseph Stiglitz describe en Caída libre, un fascinante libro que acaba de publicar: “Los países en vías de desarrollo acumulan cientos de miles de millones de dólares en reservas para protegerse del elevado nivel de volatilidad global que ha caracterizado la era de la desregulación, y de la incomodidad que sienten al pedir ayuda al FMI”.
Además de servir como escudo de protección, la acumulación de reservas cumple para Stiglitz otra función importante: “El crecimiento basado en las exportaciones había sido aclamado como la mejor forma para que crecieran los países en vías de desarrollo; después de que las nuevas reglas comerciales de la Organización Mundial de Comercio eliminaran muchos de los instrumentos tradicionales que empleaban los países en vías de desarrollo para ayudar a crear nuevas industrias, muchos de ellos recurrieron a la política de mantener el tipo de cambio a un nivel competitivo; y eso significa comprar dólares, vender sus propias divisas y acumular reservas”.
En la Argentina, ese mecanismo de retroalimentación comenzó con la fuerte devaluación de 2002. El dólar alto estimuló las exportaciones y el superávit comercial; el excedente de divisas alimentó la acumulación de reservas; y la compra de dólares por parte del Banco Central evitó que el peso se apreciara y mantuvo un tipo de cambio competitivo.
Pero ese mecanismo que hasta ahora ha funcionado bien enfrenta dos amenazas. La primera se deriva directamente de la crisis europea, que ha provocado una fortísima devaluación del euro frente al dólar y, aunque no tan pronunciada, también del real. Teniendo en cuenta que el dólar ha aumentado localmente apenas tres o cuatro centavos, el euro y el real también se han depreciado en relación al peso, lo que implica una pérdida de competitividad respecto de Brasil y de la Eurozona, que representan alrededor del 40 por ciento del intercambio comercial argentino. En otras palabras, los productos argentinos valuados en dólares se encarecieron respecto de los brasileños y europeos, lo que implica un incentivo a la importación y mayor dificultad para exportar.
La otra amenaza es la inflación doméstica, que viene a un ritmo bastante superior a la devaluación del peso respecto del dólar, y por lo tanto ha erosionado la competitividad. En este punto, el horizonte que se vislumbra es de mayor atraso, dado que la política preponderante es utilizar el tipo de cambio como ancla para contener los precios.
¿Cuán acuciante es la amenaza?
La manera de medir la competitividad cambiaria de un país es a través del tipo de cambio real multilateral (Tcrm), un indicador que toma en cuenta la paridad del peso contra la canasta de monedas de los principales países con los que hay intercambio comercial, y también la evolución de sus respectivos precios internos.
De acuerdo con la última medición del Banco Central, el Tcrm de marzo pasado se ubicaba un 142 por ciento por arriba que el promedio de la Convertibilidad, de lo que se desprende que aun después del derrumbe del euro y de la caída del real, queda un margen anchísimo. Pero ocurre que ese cálculo toma en cuenta la inflación del Indec, que como se sabe abarata los precios locales. Obviamente, las mediciones alternativas que computan alzas de precios más elevados ubican el Tcrm en niveles inferiores. Según BsAsCity, el instituto en donde se cobijó la ex Indec Graciela Bevacqua, el Tcrm de marzo se situaba un 65 por ciento por encima de los años ’90, y si a eso se le agrega la devaluación del euro y del real de abril y mayo, la ventaja cambiaria respecto de la Convertibilidad seguramente perfora el 50 por ciento.
Todavía sigue habiendo margen, como lo prueba el hecho de que la balanza comercial continúa arrojando fuertes superávit, y como queda en evidencia a través de la sobreoferta de dólares en el mercado. Sin embargo, cabe notar que el saldo a favor del primer trimestre de este año (2.100 millones de dólares) fue un 42 por ciento inferior al de igual período de 2009 (3.600 millones), como consecuencia de que las importaciones (32 por ciento) subieron mucho más que las exportaciones (10 por ciento). Esto último aparece como la única motivación del torpe intento del inefable Guillermo Moreno para trabar la importación de alimentos, una medida que ningún fabricante local había reclamado.
Por supuesto que la competitividad de una economía no sólo está determinada por el tipo de cambio. Tanto o más importa su productividad y el tipo de ventajas comparativas que el país sepa construir. En Caída libre, Stiglitz señala: “Una ventaja comparativa de un país puede cambiar; lo que importa es tener una ventaja comparativa dinámica. Los países asiáticos lo han comprendido. Hace cuarenta años, la ventaja comparativa de Corea no era producir chips o coches, sino arroz. Su gobierno decidió invertir en educación y en tecnología para transformar su ventaja comparativa y aumentar el nivel de vida de la población. Y lo consiguió; y al hacerlo, transformó su sociedad y su economía. La experiencia de Corea y de otros países que han tenido éxito debería ser una lección y un acicate para Estados Unidos”. Ni que hablar para la Argentina.
http://www.elargentino.com - Marcelo Zlotogwiazda
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