La reunión del G-20 es una gran oportunidad para que el Gobierno abandone su retórica y haga gestos concretos para reinsertarse en la estructura financiera internacional.
El Gobierno argentino ha estado reevaluando en los últimos meses sus opciones en cuanto a sus relaciones con los principales protagonistas del mundo financiero internacional. Este proceso pareciera estar en contradicción con la retórica unilateral de altas fuentes del Gobierno. Sin embargo es claro que las autoridades ven la necesidad de modificar su enfoque, aunque aun no su lenguaje de conflicto. La administración Kirchner podría contribuir en forma importante al bienestar del país si tomara algunas acciones básicas de sentido común, aun cuando ellas sean vistas desfavorablemente por un limitado grupo de seguidores en el país y algunos aliados populistas y financieramente débiles de la región. La visita de la Presidenta a los Estados Unidos, en ocasión de la reunión del G-20, provee al Gobierno de una gran oportunidad para cambiar el curso de sus acciones. Aun cuando el mundo está comenzando a recuperarse del impacto de la crisis financiera internacional, Argentina aún no se ha podido recuperar de sus nefastos efectos. Las recientes elecciones parlamentarias parecen no haber llevado a un cambio en el rumbo de la política nacional y se han agravado algunos conflictos con diferentes sectores de la economía, particularmente el campo y los medios de difusión.
A su vez, en momentos en que tanto los precios internacionales como los movimientos de capital se mantienen deprimidos, la Argentina no se siente en medio de una crisis económica grave. Pero ello es debido a que por una parte esta recesión no es comparable aun a la cataclísmica depresión de 2001-2002, y además la mayor parte de los problemas habían ya surgido internamente antes del colapso internacional.
Sin embargo, más allá de esa visión triunfalista, la inversión productiva está cayendo, las fuentes heterodoxas de financiamiento (léase Venezuela) han demostrado ser un desastre y las salidas de capital han sumado decenas sino centenas de millones de dólares en el pasado cercano. Argentina está perdiendo competitividad, su ambiente de negocios es extremadamente bajo para un país de su ingreso histórico y su infraestructura está en ruinas. Más aún, la calidad de la educación y la preparación tecnológica se están quedando atrás respecto de países que hasta hace poco no hubieran soñado superar a la Argentina. La lista de temas económicos que enfrenta la Argentina para restaurar su relevancia regional y mundial es muy larga y requerirá de una visión pragmática y a largo plazo.
Sin embargo, al momento de la próxima reunión de presidentes del influyente G-20 en Pittsburg, la Presidenta tendría la oportunidad de comenzar a reconstruir la ruinosa imagen de nuestro país. Para ello es necesario que las autoridades comprendan los siguientes puntos de contención.
La Argentina debe aceptar los principios y compromisos del G-20, tales como mantener inversión abierta y no profundizar políticas proteccionistas, aun con los malos ejemplos dados por países centrales como los Estados Unidos. Brasil y México, los otros dos países regionales del G-20, han realizado muchos más progresos en este sentido.
La renegociación de la deuda externa también constituye una prueba fehaciente de la voluntad de Argentina de ser un participante serio en el grupo. Claramente existe gran frustración pero no resentimiento contra la Argentina en el mundo, ya sea a nivel bilateral o multilateral. Los aspectos emotivos de la deuda externa parecen ser un fenómeno unilateral argentino. Sin embargo la Presidenta Kirchner debe entender que al no estar dispuesta a discutir y negociar la deuda externa, está golpeando a ciudadanos comunes, como contribuyentes fiscales y acreedores de recibir su dinero. Ello puede ser visto favorablemente en algunos círculos de Argentina, pero constituye un escollo insalvable en un mundo basado en cooperación y respeto a la ley.
El gobierno argentino parece no comprender que el país es la única economía emergente mediana o grande con serios problemas de mora con acreedores oficiales agrupados en el Club de París y con los llamados holdouts, los acreedores que no aceptaron la reestructuración unilateral de la deuda en 2005. Entre estos dos grupos, el total de atrasos y pagos en default suman casi 40 mil millones de dólares, o el equivalente a más del 10% del PIB nacional.
Es crucial que la Argentina muestre una fuerte voluntad para negociar seriamente con estos grupos si desea recuperar algún grado de credibilidad en los mercados internacionales. Sólo así podrá tener acceso a los mercados financieros tradicionales, a los créditos multilaterales y a los créditos garantizados de proveedores.
Las recientes operaciones de swap han sido una acción positiva, pero pequeña en este sentido. Fundamentalmente el Gobierno ha tenido que reconocer que no podía convencer al mercado del valor de bonos totalmente distorsionados por las estadísticas oficiales de precios.
Aun así queda mucho camino por recorrer. Por una parte, el Gobierno debe comenzar un diálogo serio con el FMI, en la forma de la consulta del Artículo IV que realizan prácticamente todos los países del mundo. Si el Gobierno está convencido de sus acciones no debería temer las críticas del Fondo, aun cuando la mayoría de los analistas estén de acuerdo. Más aun, las autoridades deben comenzar un diálogo serio y constructivo con gobiernos y con acreedores privados a fin de mostrar su interés en reintegrarse al mundo financiero internacional.
Ni las posturas verbales ni la arrogancia tendrán impacto en el duro pero pragmático mundo de las finanzas. Sólo las acciones concretas caerán en terreno fértil.
Por: Claudio LoserFuente: EX DIRECTOR DEL DEPARTAMENTO DEL HEMISFERIO OCCIDENTAL DEL FMI
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