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31 mayo 2010

OPINIÓN: Se dobla, pero no se rompe


31-5-2010 - Las tensiones con Brasil y la Unión Europea, por una eventual restricción de las importaciones, volvieron a poner en el centro de la escena la política comercial oficial. Los analistas reivindican los esfuerzos para mantener el superávit y la integración regional.

Mostrar los dientes

Por Enrique Aschieri y Demián Dalle *

La actualidad del comercio exterior argentino viene mezclada con las asperezas propias de los vaivenes en la administración de la política comercial, la nueva etapa exploratoria del acuerdo UE-Mercosur –que ya lleva más de tres lustros de aprontes entre subsidios al agro en Europa que no cejan y a sectores industriales por aquí que tampoco– y las propias tensiones y ansiedades del Mercosur. La unidad de análisis que da cuenta de todos estos avatares es la macroeconomía del superávit comercial permanente que practica este Gobierno.

La perenne contradicción que engloba esta temática tiene en un polo al libre cambio y en el otro al proteccionismo. Quienes critican la política comercial administrada en marcha para deshacerse de ella, se encuentran ubicados en el polo librecambista. Parecen no registrar el daño propinado por las políticas de apertura practicadas desde 1976 y que sucumbieran por la magnitud de la crisis de 2002. Insisten con las verdades que fluyen de los manuales ordinarios de la especialidad, que desde siempre tratan de explicar las bondades del libre cambio; curiosidad académica si las hay para un mundo que también desde siempre es proteccionista. Entonces lo que habría que explicar es la regla, el proteccionismo, y no la excepción, el librecambio.

El gran argumento de los librecambistas es sencillo: si protejo a un sector desprotejo a otro, ergo: la protección es un espejismo, la cuenta suma siempre cero. Visto desde otro ángulo, si el producto es idéntico al ingreso, entonces si hay superávit comercial se produce un desequilibrio pues el superávit se resta del producto y por lo tanto el producto resulta menor que el ingreso. Hay menos bienes para repartir internamente. Bajo las condiciones de las que parten no hay nada que reprocharles y tienen toda la razón.

El tema es que el producto no es igual al ingreso, el producto siempre es mayor que el ingreso, la diferencia es la tasa de ganancia, y por lo tanto el superávit, al ser restado del producto, mocha la desigualdad y permite, en el ámbito del mercado ampliado por la salida exterior, la realización de la ganancia. Es esto lo que explica adecuadamente el sempiterno comportamiento proteccionista de las naciones. Si no se marcha en dirección de la macroeconomía del superávit comercial permanente, entonces el desempleo no se puede reabsorber.

Se podría objetar, entonces, que si todos los países juegan al proteccionismo no hay más comercio. Lógico si se supone que todos los países son iguales en tamaño. Entre 192 Estados que hay en el planeta, 50 tiene menos de 5 millones de habitantes, y la suma de las 7 u 8 principales da cuenta del 70 por ciento o algo más del producto mundial. Pero además existe el sistema monetario mundial basado sobre el dólar, y por lo tanto Estados Unidos debe tener déficit comercial permanente para alimentar la liquidez del sistema. Esta necesidad hace factible el superávit comercial permanente por estos lares.

Este último punto permite traspasar la delgada capa ideológica de los librecambistas argentinos para palpar sus intereses reales. En el mundo tal cual es, los dólares necesarios para importar y pagar las deudas se pueden obtener con préstamos o con superávit comercial. Si se entra en déficit comercial, entonces la demanda de préstamos aumenta, el desempleo cunde, los trabajadores se disciplinan, baja la absorción interna, se vuelve necesario retrasar el tipo de cambio y, en fin, se desata la valorización financiera del capital.

Por estos días, el ánimo librecambista viene soliviantado por las posibles represalias a las decisiones de política comercial. Es difícil, muy difícil punir a la Argentina. Si lo hacen, los precios del grueso de nuestra oferta exportable va a subir por el protagonismo en sus respectivos mercados. Vender menos y cobrar más no parece una mala idea. Pero aunque tengan razón, no se ve cuál es el problema de tener la balanza comercial a un nivel más bajo: 50 menos 40 da 10, también 40 menos 30. En el segundo caso, la diferencia de valor no vendida al exterior la absorbe el interior.

Lo cierto es que la política comercial en marcha y las tensiones que naturalmente lleva en su seno, como la nube a la lluvia, se está ejerciendo como es rigor en estos casos: mostrando los dientes a veces, negociando en otros, denunciando el proteccionismo, alentando el multilateralismo. En su sino está avanzar en el proceso de sustitución de importaciones, pero eso ya es otra historia. O mejor dicho, la parte más interesante de esta historia en cuyo final hay una peliaguda bifurcación: por un lado el desarrollo, por el otro firmar de nuevo el pacto Roca Runciman. No es una ironía menor del pasado que Julio Argentino Roca (hijo) fuera entonces vicepresidente.

* Economistas y coordinadores del Departamento de Comercio Internacional de SID-Buenos Aires.


La alternativa Unasur

Por Margarita Olivera *

En un contexto internacional siempre más multipolar, América latina enfrenta un doble desafío para consolidar su integración regional. Por un lado, las experiencias de integración hasta hoy no han dado grandes resultados, sobre todo si observamos el bajo nivel de intercambio regional y las grandes disparidades aún existentes en los niveles de desarrollo económico. Por otro lado, las políticas económicas llevadas adelante recientemente por varios de los gobiernos latinoamericanos no son vistas de buen grado ni por los organismos financieros internacionales ni por algunas potencias económicas.

En este sentido, la nueva propuesta de integración regional, la Unasur, genera esperanzas acerca del fortalecimiento de los vínculos regionales y del potenciamiento del desarrollo económico conjunto. Sin embargo, su éxito va a depender sustancialmente de los ejes principales sobre los cuales se base esta integración. Unasur debe evitar repetir la historia de Alalc y Aladi y superar las experiencias de Mercosur y CAN, pensando en aspectos de la integración que vayan más allá del económico. Pero, ¿por qué las distintas experiencias de integración no lograron aumentar el nivel de comercio intrarregional? Según los datos de Unctad 2008, el comercio intrarregional en Sudamérica fue de sólo el 17,6 por ciento (Mercosur, 15,5 por ciento, y Comunidad Andina, 6,6) mientras que en la UE fue del 67,2 por ciento, en el Nafta, 49,5, y en el Este-Sur-Sudeste Asiático, 43,1.

Las causas de este bajo nivel de intercambio regional son diversas según el sector económico del que se trate. Si analizamos la estructura económica de los cinco principales países latinoamericanos (Argentina, Brasil, Chile, México y Venezuela) podemos identificar tres grandes razones que explican por qué determinados grupos de productos son importados desde orígenes extrarregionales. De allí el bajo nivel de intercambio intrarregional en dichos sectores.

El primero es el caso comercial, donde el producto es importado desde un tercer país, más allá de que regionalmente su producción y exportación sea significativa. En la región motivos comerciales explicarían el bajo intercambio de petróleo crudo y refinado, gas, metales básicos y alimentos procesados.

El segundo caso es el semiestructural, que evidencia problemas en las escalas de producción. El sector productivo es regionalmente importante, pero su producción es sobre todo consumida domésticamente, y no es suficiente para satisfacer la demanda latinoamericana, por lo cual los países de la región tienen que recurrir a terceros países. En este caso podemos englobar a la producción de equipos de transporte y de productos químicos.

Finalmente, el tercer caso es el estructural, donde el bajo intercambio regional se explica por la falta de capacidades locales para la producción de estos bienes, por lo cual el abastecimiento de estos productos debe hacerse en terceros mercados. En este caso podemos considerar los productos con alto y medio contenido tecnológico, como maquinarias, fabricaciones en metal, productos hi-tech, equipos de telecomunicaciones, instrumentos de precisión, etc. De hecho, uno de los grandes problemas de la región es la falta de capacidades tecnológicas para producir dichos bienes.

Estos resultados no son extraños si consideramos la fuerte especialización económica de la región en producciones basadas en recursos naturales y la correspondiente dependencia de bienes de capital importados. En casos como el chileno y el argentino, esta dependencia se ha exacerbado con la desindustrialización experimentada durante la “era neoliberal”. Ultimamente la situación se ha revertido paulatinamente, pero aún no es suficiente para terminar con la fuerte dependencia. En el caso de Brasil, por otro lado, la estructura productiva se encuentra más diversificada; sin embargo, le falta aún recorrer un largo camino para poder transformarse en el abastecedor regional.

Por ello este análisis es útil para entender cómo la integración regional podría ser construida. Si el bajo comercio regional fuese explicado por motivos comerciales, una unión aduanera podría revertir la situación. Sin embargo, en nuestro caso este tipo de acuerdo no resolvería la falta de complementariedades en la producción de bienes de capital y productos tecnológicos. Resulta imperante que los países de la región comiencen a considerar seriamente estrategias de industrialización, coordinando dichas estrategias para potenciar las complementariedades regionales.

Si aumentasen las complementariedades regionales en la producción de bienes de capital, a través de un proceso de integración se podría “internalizar” gran parte del comercio internacional, reduciendo la dependencia de los bienes de capital importados y relajando las restricciones externas al crecimiento económico.

* Investigadora de la Universidad de Pavía, Italia.

http://www.pagina12.com.ar


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