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03 mayo 2010

OPINIÓN: Europa tendrá que elegir entre la integración o la desintegración

No es concebible que el objetivo del paquete de rescate acordado para Grecia haya sido el de prevenir un impago. La enorme austeridad y las reformas estructurales que exige hacen que los números no cuadren. El principal propósito que advierto es el de revertir el aumento de la rentabilidad de los bonos griegos y detener el contagio.

No deberíamos criticar este acuerdo. Es posible que, de no haberse producido, la eurozona no hubiera sobrevivido. Esta columna habría sido un obituario. También me alegro de señalar que aquellos al cargo respondieron de forma positiva a la pregunta que planteé la semana pasada, que era si las autoridades se adelantarían a la situación. Lo hicieron, y merecen reconocimiento por ello.

Pero pese a su disposición a aceptar una severidad extrema, Grecia no se salvará sin algún tipo de condonación de la deuda. Puedo entender por qué el Fondo Monetario Internacional y la UE no quisieron tocar este complicado problema en este punto. Eso habría prolongado las negociaciones. En medio de una aguda crisis del mercado de bonos, las expectativas deben manejarse con mucho cuidado.

Sin embargo, terminará siendo necesaria una reestructuración de la deuda, ya que el ratio deuda/producto interior bruto de Grecia va a subir desde su actual 125% a cerca de entre el 140% y el 150% durante el periodo de ajuste. Sin una reestructuración, Grecia acabará austera, dócil, y lisiada.

La decisión de sacar a Grecia de los mercados de capitales durante tres años evitará su ruina inmediata, pero su impacto sobre la futura solvencia del país es limitado. El supuesto subyacente del acuerdo es que Grecia podrá mantener la austeridad más allá del horizonte del acuerdo, sin caer en un agujero negro. Esta última idea es especialmente optimista. Standard & Poor's, la agencia de ráting, calculó que el PIB nominal de Grecia no recuperará su nivel de 2009 hasta 2017.

La semana pasada se nos insinuaron los círculos viciosos presentes en semejante crisis. Primero, la situación financiera de un país se deteriora. Entonces, una agencia de ráting rebaja la calificación de la deuda, lo que a su vez provoca una subida de los tipos de interés en el mercado. Todo esto deriva en un mayor deterioro fiscal.

Otro giro similar se produce en el sector bancario. Si la solvencia de un Gobierno está en duda, también lo está la solvencia de los bancos, cuyas deudas están garantizadas por el Estado. La semana pasada, el sector bancario en muchas regiones del sur de Europa fue aislado de los mercados de capitales.

Angela Merkel y sus inexpertos asesores económicos no entienden la dinámica de las crisis de deuda soberana. Nunca se molestaron en analizar la experiencia de otros países, especialmente Argentina. Esperar hasta que el país está a punto de quebrar –que es lo que la canciller alemana interpretó con el acuerdo político que aceptó en febrero– constituye una derogación del liderazgo que está destinada a terminar en ruina financiera. Esto implica que todos, sobre todo Alemania, tienen que pagar miles de millones de euros más de lo que habría sido necesario si la UE hubiera cerrado todo esto en febrero.

Según mis cálculos, el volumen total de la ayuda a Grecia, Portugal, España, Irlanda y posiblemente Italia podría ascender a una cifra entre los 500.000 millones de euros y el billón de euros. Todos estos países afrontan subidas de los tipos de interés en un momento en el que, o bien están en recesión, o avanzan con dificultad tras salir de ella. El sector privado en algunos de esos países sencillamente no es viable con esos tipos de interés más altos.

Como ya he expuesto anteriormente, son necesarias tres cosas si la eurozona quiere sobrevivir a medio plazo: un sistema de resolución de crisis, una mejor coordinación en política fiscal, y políticas para reducir los desequilibrios dentro de la eurozona. Pero esto no es más que lo mínimo necesario para superar los próximos años. Más allá, la eurozona requerirá casi sin lugar a dudas una unión fiscal embrionaria y un bono único europeo.

Solía pensar que esas construcciones serían deseables, aunque poco realistas desde el punto de vista político. Ahora creo que no existe otra alternativa, ya que el experimento de una unión monetaria sin una unión política ha fracasado. La UE está a punto, así, de afrontar una elección histórica entre la integración y la desintegración.

Puede confiarse en que Alemania se resistirá a todas esas medidas. Entretanto, los líderes europeos afrontarán cada nueva crisis con el único instrumento a su disposición: una inyección de crédito. Pero este instrumento tiene una vida muy corta. Si no lo bloquea el malestar popular, lo harán los abogados constitucionales.

En cierto sentido, estoy de acuerdo con esos abogados. No puede haber ninguna duda sobre lo que significaba la cláusula de “no rescate”. Quería decir que no se debía apoyar a Grecia. La UE tuvo que recurrir a un indecoroso ardid legal para exponer que el avance de créditos a escala masiva a un país insolvente no constituye un rescate. La cláusula –Artículo 125 del Tratado de Lisboa– es irresponsable. De cumplirse, terminará acabando con la eurozona. Hasta el momento, se ha optado por romperla, y ahora sería el momento adecuado para cambiarla.

Así que, ¿en que terminarán las múltiples crisis de la eurozona? Para Grecia, en una reestructuración de la deuda, un término cortés para un impago negociado. El resultado más generalizado es más difícil de predecir: será una profunda reforma del sistema o una ruptura.

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